lunes, 15 de junio de 2009

Autonomía y consumo (II)

El No future se ha erigido en la stimmung sintomática de nuestro tiempo. El imperativo de ser alguien no redunda en una mayor autonomía individual; todo lo contrario, psicólogos de revista dominical nos invitan, con sonrisa siniestra, a convertirnos nosotros mismos en marca, a pulir nuestra imagen, blanquear nuestra sonrisa profiden, pervirtiendo el cuidado de sí al transformarlo en una escenificación de sí como sujeto apto para conseguir un trabajo y acceder al mundo civilizado y normalizado del consumo. No hay futuro, así que satisface tus deseos de forma inmediata en los centros comerciales, esos no-lugares por lo que transitan las masas individualizadas, espacios impersonales que son la negación del espacio del entre, de las relaciones entre los hombres, suplantadas por las relaciones entre las cosas, de las que emerge la imagen sublime de las cadenas caóticas de datos financieros que el protagonista de Pi, fe en el caos, la película de Darren Aronofsky, se empeñaba en descifrar, en encontrar un orden, un modelo. El empeño le lleva, finalmente, por derroteros teológicos y místicos. De la economía a la teología. Según Giorgio Agamben, inversamente, el origen del concepto de economía hay que rastrearlo en la teología. Desde esta perspectiva, vemos la dominación de la economía sobre la sociedad actual como parte del proceso de secularización de la modernidad, donde la trascendencia se desplaza al mercado. La economía no existe, un libelo contra la econocracia, es el título de un libro de Antonio Baños, que promete ofrecer "una crítica despiadada contra la religión llamada economía". Como aún no he leído el libro, no puedo opinar sobre su contenido, pero su título e intenciones se enmarcan en el contexto de las relaciones entre religión, economía y dominación, así que me parecía bien traerlo a colación. La crítica a la religión llamada economía es esencial. De ahí que las filosofías políticas que dejan la economía a los expertos se conviertan en metafísicas acríticas y acepten sin cuestionarlo un concepto de autonomía individual como consumidor.

También los de Tiqqun vinculan economía y religión: "la letanía de las cotizaciones bursátiles no nos es más cercana que una misa en latín" (...) "violento descrédito de esta religión y de su clero"

"Estamos hartos, por lo tanto, de la economía. Tras generaciones en las que se nos ha disciplinado, se nos ha pacificado, en que se había hecho de nosotros los sujetos, naturalmente productivos, satisfechos de consumir. Y he aquí que se revela aquello que habíamos tratado de olvidar: que la economía es una política. Y que esta política, hoy, es una política de selección en el seno de una humanidad convertida, masivamente, en superflua"

domingo, 14 de junio de 2009

Autonomía y consumo

Masoquismo emancipador como crítica cultural punk. Masoquismo en el sentido de la asunción del discurso del poderoso por parte del ofendido con talante crítico y provocador. Así Diógenes y los cínicos reapropiándose del calificativo despectivo perros ante el asombro del poderoso que ve cómo se rompe y reinvierte la eficacia de dicho calificativo. Así con el término queer y otros ejemplos de estrategia retórico-política.

De forma anacrónicamente autoconsciente podríamos decir que la posición simbólica de los cínicos (o kínicos) es la de los primeros punkis de la filosofía. Una suerte de materialismo dialéctico entendido como acción directa. Aun reconociendo sus insuficiencias, como la imposibilidad de articular una acción colectiva y un proyecto político, y su endeblez teórica, hay un núcleo contestatario que merece la pena rescatar y que guarda conexión con un ideal más ilustrado: la autonomía individual.

En el régimen de la biopolítica los cuerpos se adaptan a los ritmos cíclicos del comercio y las exigencias del consumo. La violencia de la publicidad nos invita a vencer el hambre, a adaptar los ritmos biológicos a los ritmos de las necesidades de venta de determinados productos. La política ejercida directamente sobre los cuerpos. Consume hamburguesas y, a la vez, adelgaza: te vendemos cremas, cereales sin calorías, galletas sin sabor (la sustancia se ha disuelto en la liquidez de los flujos).

¿Cómo hacer para reapropiarnos de la violencia simbólica ejercida por la publicidad y articular una respuesta punk en forma de un escupitajo a la cara de la publicidad? La posición del humanista clásico es cómica e inservible. Las lecturas esteticistas de la publicidad en clave posmoderna asumen acríticamente la tesis falaz de la post-política, la época post-ideológica, etc. No se sitúan fuera del circuito del consumo como hacen ilusoriamente los humanistas clásicos, pero huyen de la lectura sociopolítica como de una peste anti-cool o una moda desfasada. No obstante, la propia posmodernidad como gran relato del fin de los grandes relatos está desfasada. Los Fukuyamas esteticistas vieron cómo la huelga de los acontecimientos se quebraba con el atentado del 11-S. La historia que había llegado a su fin se reiniciaba. El acta patriótica se merendaba los principios de la democracia liberal priorizando la seguridad en detrimento de los derechos individuales. Y cuando la izquierda ya había aceptado que el capitalismo era el fin de la historia llega la crisis. Y la única respuesta la tiene la ideología del consumo: consumir más. La ilusión de la capacidad ilimitada del consumo y del crecimiento económico sigue en pie. La publicidad se esfuerza en persuadirnos de que la diferencia de precio de las marcas publicitadas con las marcas blancas no tiene que ver con el gasto en marketing, sino con la superior calidad de la marca exclusiva, que conlleva mayores costes de producción. Llegan a insinuar que las marcas blancas no pasan controles de calidad, que por eso son más baratas. Ahora ya nadie fabrica para otras marcas. En el mundo enteramente semiotizado del capital (Tiqqun) es esencial seguir vendiendo signos, asociados simbólicamente con grandes valores: felicidad, belleza, libertad, salud. El programa del idealismo alemán usado como estrategia de marketing: todas las ideas reunidas en la idea de Belleza. La crítica materialista a tanto idealismo publicitario desatado la ejercen los cuerpos. El cuerpo anoréxico es la negación y la verdad de los anuncios que invitan a vencer el hambre. La miseria del idealismo publicitario, empeñado en eliminar todo resto de materialidad, demasiado real para el universo de fantasía construido por el discurso publicitario. Be water, my friend... para acomodarte mejor a los flujos del consumo. Capitalismo líquido, identidades sin restos sutanciales que opongan resistencia.

Presente perpetuo, sin desarrollo narrativo. Loop de la moda y el consumo. Una nueva modalidad de metafísica de la presencia pensada como superación de la temporalidad distintivamente moderna. Todo es instantáneo. Sin embargo, de forma similar a la estructura formal de una canción post-rock, nuestro presente es concebido como la aceleración final de esa temporalidad moderna, el instante decisivo de intensidad alocada que anuncia la revelación apocalíptica final largamente esperada. ¿Concebimos la superación y ruptura de la progresividad lineal dentro de ese mismo esquema progresivo?

En la estética ciberpunk el apocalipsis como acontecimiento final ya ha sucedido, de forma que nos encontramos en las ruinas de un futuro que ya ha tenido lugar: recuerdos de la era espacial. Nostalgia por el futuro perdido. Pero la aceleración no da tregua: el ciberpunk es ahora un resto del pasado, un escenario retro ochentero. Puede ser incluido, no obstante, con sonido de sintetizador viejuno, sampleado, en una nueva imagen de la temporalidad: la música que expresa formalmente nuestra vivencia del tiempo no es ya una canción pop de tres minutos, sino, más allá de la forma acabada de canción, las atmósferas electrónicas repetitivas, los ritmos compulsivos, sin desarrollo, sin catarsis.

martes, 2 de junio de 2009

Paradojas terminales de la (pos)modernidad

El capital destruye todo vínculo, toda relación excepto la mercantil, desarraigándonos de todo (todo lo sólido se disuelve en el aire, que diría Marx) excepto del trabajo, que nos identifica y nos legitima como miembros aptos de la comunidad de consumidores, y ahora al capital le sobra trabajo (otra vez).

El tramposo Amo posmoderno, además, nos dice: debes gozar haciendo tu trabajo, debes gozar consumiendo, debes gozar y gozar; y lo dice insistentemente para conjurar un estado de desmoralización generalizado del que es cómplice. La árida ética del viejo Kant acaso era más honesta.