viernes, 3 de abril de 2009

Imaginación

La imaginación es el poder liberador que el hombre tiene.

Ortega y Gasset


La facultad de la imaginación no ve sólo lo que es, sino también lo que puede ser. Se trata quizás de la categoría más esencial de un pensamiento político emancipador, de una voluntad de potencia común. Se trata, tras el final de la posmodernidad, de reivindicar la necesidad de ejercer una imaginación productiva (no una fantasía consoladora) frente al enarbolamiento de fantasmas paralizantes, porque esta parálisis será la que prepare el camino por el que regresarán los fantasmas. La memoria no nos libra de la acción, no podemos dejar que su función consista en bajar el telón de la historia y desmoralizarnos abocándonos a un conformismo chato y a una forma deficiente de ser. La imaginación provoca una cesura en el ser, en el estado de cosas positivo, pero, a diferencia de la fantasía, parte de una situación efectiva, explorando sus posibilidades. Extrae su potencial liberador no porque no reconozca ningún límite, sino porque parte del límite. Siendo, como somos, seres limitados, finitos, qué podemos hacer, y cómo. Digamos, con Kant, que, aunque la imaginación no puede encontrar nada positivo más allá de lo sensible a lo que agarrarse, aunque sea una representación negativa, expansiona el alma. Sin este núcleo excedente, tal como lo denomina Zizek, sólo contaríamos con la apelación reaccionaria a la fuerza de los hechos.

jueves, 2 de abril de 2009

El fantasma totalitario

Desde el momento en que se muestra la más ligera inclinación a tomar parte en proyectos políticos que pretenden oponerse seriamente al orden existente, la respuesta es inmediata: “¡Por bienintencionada que sea, acabará necesariamente en un nuevo Gulag!”. El “retorno a la ética” en la filosofía política de nuestros días explota vergonzosamente los horrores del Gulag o del Holocausto como pesadilla última para chantajearnos a fin de que renunciemos a cualquier compromiso radical efectivo. De esta forma, los bellacos liberales conformistas pueden encontrar una satisfacción hipócrita en su defensa del orden existente: saben que hay corrupción, explotación, y todo lo que se quiera; pero cualquier intento de cambiar las cosas se denuncia como éticamente peligroso e inaceptable, como una resurrección del fantasma del totalitarismo.

Slavoj Zizek, ¿Quién dijo totalitarismo?, Cinco intervenciones sobre el (mal)uso de una noción.


En ciertas clases de filosofía política se invoca constantemente el fantasma totalitario como legitimación de las democracias liberales, único horizonte, según parece, no ya únicamente de la praxis efectiva, sino tambien del pensamiento político admisible, el marco de la filosofía política, en el cual los supuestos enemigos de una supuesta sociedad abierta son conceptuados como los portadores del mal, anti-democráticos. Es peligroso, incluso, imaginar alternativas: la función de la crítica consiste en enumerar las bondades de la democracia y analizarlas. Las referencias al sistema económico son silenciadas para poder hablar del espacio de lo político como un lugar de plena libertad ajeno a todo tipo de coacciones. Y este ilusorio espacio funciona como coartada ideológica: si hay que cambiar algo, hablemos sobre ello, ya que somos griegos en el ágora, y, dado que te permitimos hablar, ya que gozas de libertad de expresión, todo lo que digas será despojado automáticamente de valor, porque sin esta libertad no habrías podido decirlo, lo cual demuestra que vives en el mejor sistema posible. Pero el caso es que no somos griegos y que esta visión edulcorada de lo político pensado sin conflictos y sin relación con el sistema económico oculta el dato que todos conocemos, pero del cual es mejor no hablar, no visibilizar: la democracia griega se sostenía con un sistema económico esclavista. La categoría de explotación es expulsada del orden del discurso. Tenemos la inclusión del otro, la multiculturalidad, los derechos humanos, núcleo normativo de las democracias, el pluralismo, identidades posnacionales, etc. Comentamos conmovidos el final del discurso de Obama al ganar las elecciones, cuando dice que la hegemonía de EEUU no se basa en su poderío militar ni en la economía, sino en la eternidad de sus ideales: la democracia. Algo así. Algún anacrónico platónico podría pensar que no se trata más que de retórica sofista, que en realidad la hegemonía de EEUU sí se basa en su poderío tecnológico-militar y económico y que para asegurar este último, precisamente, se realizan numerosas intervenciones militares. Pero entonces uno ya queda situado como un extremista con tendencias totalitarias implícitas. Al despolitizar la economía, hablar de totalitarismo económico se convierte en un error categorial dentro del discurso democrático-liberal. La economía no sólo no es la más moral de las ciencias, sino que se rige por una lógica autónoma naturalizada.