viernes, 13 de marzo de 2009

Contra la aceptación de la impotencia

La resistencia como un limitarse a quejarse de estados de cosas considerados injustos será considerada tan inútil como obscena por cuanto es una modalidad pueril de las fuerzas reactivas que alimenta la ilusión de una conciencia democrática (¿qué democracia?) moralmente superior por principio al resto. Se evita así el devenir práctico del pensamiento y se lo confina a la impotencia de la protesta. Las quejas se escuchan desde todos los altavoces. Un murmullo incesante de resentimiento. Hay que salirse de ese bucle. El pensamiento tiene que volver a ser potente y peligroso, creativo y valiente, salir a la intemperie y no refugiarse en el endiosamiento de la palabra democracia. Dicho endiosamiento impide, en lugar de crear las condiciones de posibilidad de, un devenir democrático. Colabora con los estados de cosas de los que con tantos aspavientos se queja y contra los que protesta barnizándose así con una moralidad superior que en realidad debería ser conceptuada como inferior, dada su forma sumisa de plegarse a lo existente despreciando cínicamente la potencia del pensamiento.

Su defensa incondicional de la democracia es conmovedora. Todo el que se oponga a ellos (y piensan la diferencia como oposición, con una dialéctica de pacotilla) es un terrorista potencial o anhela secretamente cobijarse en un régimen tiránico. Y sin embargo la democracia se convierte para ellos en un Gran Sujeto, el único, el acogedor. Teólogos monoteístas disfrazados. No dicen ya socialismo o barbarie, dicen democracia biopolítica y turbocapitalismo o barbarie, como si fuera una disyuntiva. Amedrentan a todo el que quiera escucharles contándoles que no hay alternativa, que mejor naufragar en las ruinas de lo posible, decapitado por principio. Lo que hay es lo que hay.

Se les llena la boca proclamando las bondades de la literatura, del arte, de la filosofía (son muy cultos y eruditos, no hay duda), pero en cuanto la filosofía, por ejemplo, toca la vida, no disimulan la mueca de espanto que les provoca (y salen a cazar brujas al grito de terroristas, como en American Dad). El lugar de la filosofía debe estar lejos de la vida, separada de todo, donde no moleste. Son los guardianes de la frontera. Literatura, arte, filosofía, pese al supuesto valor que se les atribuye formalmente, quedan confinadas al Espectáculo: su función es distraernos. Anestesiarnos, consolarnos.

Quizá condenarían también a Sócrates, igual que hoy criminalizan a Tiqqun asimilándoles más simbólica que jurídicamente (insostenible) con el terrorismo. Sin duda han leído a Kafka, pero no ven la tragicomedia kafkiana de una acusación sin pruebas, preventiva, de carácter ejemplarizante. Queremos tanto al Estado. Nos gusta tanto discutir, pero obedecer (me incluyo, y sin embargo no puedo dejar de pensar que hay algo que huele a podrido en el mecanismo automático de desautorizar todas las críticas por el hecho de que se han podido expresar, de que hay libertad de expresión)

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